Los niveles de colesterol alto están detrás de muchos casos de enfermedades cardiovasculares, la primera causa de muerte en el mundo. Veamos cómo se manifiesta la hipercolesterolemia y cómo tratarla.

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Pol Bertran Prieto

Microbiólogo, divulgador científico y Youtuber

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Siendo responsables de 15 millones de las 56 millones de defunciones registradas anualmente en el mundo, las enfermedades cardiovasculares, es decir, todas aquellas patologías que afectan al corazón y/o a los vasos sanguíneos, son la principal causa de muerte.

Hay muchos factores que llevan a desarrollar trastornos cardiovasculares, desde el sobrepeso hasta la inactividad física, pasando por el alcoholismo, la mala alimentación, la herencia genética, el sedentarismo (inactividad física) y, evidentemente, los niveles altos de colesterol.

En este sentido, la hipercolesterolemia, que se define como un aumento de los niveles de colesterol suficiente como para afectar a la salud, es uno de los principales factores de riesgo a la hora de sufrir estas enfermedades potencialmente mortales: infartos, ictus, insuficiencia cardíaca, hipertensión, embolias…

Teniendo en cuenta que abre las puertas a muchas patologías y que, según las estimaciones, hasta el 55% de la población adulta padece alguna forma (más o menos grave) de hipercolesterolemia, es imprescindible comprender sus causas, síntomas, prevención y tratamientos disponibles. Y esto es precisamente lo que haremos en el artículo de hoy.

Qué es la hipercolesterolemia?

La hipercolesterolemia es una condición fisiológica (no es una enfermedad como tal, pero sí un factor de riesgo para desarrollar muchas) en la que la cantidad de colesterol en sangre está por encima de los niveles considerados “normales”, es decir, aquellos que no incrementan el riesgo de sufrir problemas de salud de naturaleza cardiovascular.

Pero, ¿qué es el colesterol? ¿Es cierto que hay uno “bueno” y uno “malo”? Veámoslo. El colesterol es un tipo de lípido (comúnmente conocido como grasa) que se encuentra de forma natural en nuestro cuerpo. En forma de lipoproteína (lípido + proteína), el colesterol es absolutamente necesario para el correcto funcionamiento del organismo.

Su presencia en la sangre es vital, pues el cuerpo necesita estas grasas para constituir la membrana de todas nuestras células, además de para formar hormonas, absorber nutrientes, metabolizar vitaminas y mantener una buena fluidez de la sangre.

El problema es que hay dos formas de colesterol. Por un lado, tenemos el colesterol HDL (lípido de alta densidad, por sus siglas en inglés), conocido popularmente como colesterol “bueno”, pues al ser de alta densidad, cumple con las funciones biológicas que hemos visto y no se acumula en las paredes de los vasos sanguíneos.

Por otro lado, tenemos el colesterol LDL (lípido de baja densidad, por sus siglas en inglés), conocido como colesterol “malo”, el cual, a pesar de que también transporta partículas de grasa necesarias para el cuerpo, debido a su densidad, sí que puede acumularse en las paredes de los vasos sanguíneos. Y aquí es cuando vienen los problemas.

En este sentido, la hipercolesterolemia es la situación en la que se observa un aumento de los niveles de colesterol LDL o “malo”, cosa que suele venir acompañada de un descenso en los niveles de colesterol HDL o “bueno”, pues este último, en caso de estar en las cantidades adecuadas, es capaz de recoger el exceso de colesterol “malo” y llevarlo al hígado para ser procesado.

Por lo tanto, una hipercolesterolemia va ligada a un aumento en los valores de colesterol “malo” y un descenso en los de colesterol “bueno”. Sea como sea, hablamos de hipercolesterolemia cuando los valores de colesterol total están por encima de 200 mg/dl (miligramos de colesterol por decilitro de sangre) y los de colesterol “malo”, por encima de los 130 mg/dl.

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Tipos y causas

La hipercolesterolemia, que ya hemos visto que es una situación en la que los valores de colesterol son demasiado altos, puede estar debida a distintos factores. Y dependiendo de ello, estaremos ante un tipo de hipercolesterolemia u otra. Veamos, pues, cómo la clasificamos.

1. Hipercolesterolemia primaria

La hipercolesterolemia primaria engloba todos aquellos casos en los que los niveles altos de colesterol no son debidos a la sintomatología de otra enfermedad, sino que son el problema en sí mismos. Es decir, el incremento del colesterol no está asociado a otra patología. Es la forma más común. En este sentido, la hipercolesterolemia puede deberse principalmente a dos cosas: la herencia genética o el estilo de vida.

1.1. Hipercolesterolemia familiar

La hipercolesterolemia familiar engloba todos aquellos casos de colesterol alto cuya aparición se debe a una predisposición genética de origen hereditario, es decir, que viene de los genes recibidos de los padres. Se estima que hay unas 700 posibles mutaciones genéticas que afectan al gen responsable de la síntesis de colesterol “malo”, lo que explica su elevada incidencia. Al tener un origen genético, la prevención es más difícil. Y las personas tienen que luchar siempre y adoptar estilos de vida muy saludables para evitar que el problema se agrave.

1.2. Hipercolesterolemia poligénica

Como su propio nombre indica, la poligénica es aquella forma de hipercolesterolemia en la que intervienen muchos genes distintos, pero no hay un componente hereditario. En las personas con este tipo de hipercolesterolemia, puede existir una predisposición genética (no heredada), pero lo que más determina la aparición del trastorno es el estilo de vida.

No practicar deporte, llevar una mala alimentación (con muchas grasas saturadas), no dormir las horas necesarias, beber, fumar, no controlar el peso… Todo esto lleva a un incremento en los valores de colesterol y/o a la expresión de genes asociados a la hipercolesterolemia.

2. Hipercolesterolemia secundaria

La hipercolesterolemia secundaria hace referencia a todos aquellos casos en los que el incremento en la cantidad de colesterol en sangre es el síntoma de otra enfermedad. Los trastornos endocrinos (como el hipotiroidismo o la diabetes), hepáticos (enfermedades del hígado) y renales (enfermedades de los riñones) suelen tener, como síntoma o como efecto colateral, un incremento en los valores de colesterol. Como vemos, determinar la causa es muy importante para abordar correctamente el tratamiento.

Síntomas y complicaciones

El principal problema de la hipercolesterolemia es, a no ser que sea secundaria y haya signos clínicos de la enfermedad causante del incremento de colesterol, que no da síntomas. Hasta que no aparecen las complicaciones, no hay forma de saber que los niveles de colesterol en sangre son demasiado altos.

Por ello, es muy importante, especialmente si se está en la población de riesgo (sobrepeso, edad avanzada, mala alimentación, fumador, sedentario…), hay antecedentes familiares de hipercolesterolemia o se sufre una enfermedad endocrina, hepática o renal, ir revisando periódicamente los niveles de colesterol mediante analíticas de sangre.

Y es que de no irse controlando, el colesterol “malo” puede ir acumulándose en las paredes de los vasos sanguíneos, provocando una acumulación de grasas y otras sustancias con capacidad agregante en las arterias. Estas placas reducen el flujo sanguíneo y cada vez se hacen más grandes, cosa que puede llevar a sufrir complicaciones muy peligrosas. Esta situación se conoce a nivel clínico como aterosclerosis.

Entre las complicaciones tenemos el dolor en el pecho (porque las arterias que suministran sangre al corazón están dañadas), pero el verdadero problema llega cuando estas placas se desprenden, transformándose así en un coágulo que viaja por el torrente sanguíneo hasta llegar a una arteria que pueden taponar. Dependiendo de si este taponamiento obstruye el flujo de sangre al corazón o a una parte del cerebro, se sufrirá un infarto de miocardio o un accidente cerebrovascular (ictus), respectivamente.

Ambas complicaciones están entre las urgencias médicas más graves (y, por desgracia, comunes), pues incluso ofreciendo asistencia médica rápidamente, hay muchas probabilidades de que el paciente muera o de que quede con secuelas. 6 millones de personas mueren cada año a causa de los infartos. Y, aunque no es la única causa, la hipercolesterolemia está detrás de muchas de estas defunciones.

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Prevención y tratamiento

Evidentemente, existe tratamiento para la hipercolesterolemia, pero suele ser de carácter farmacológico y vinculado a efectos secundarios que, en ocasiones, pueden ser graves. Por ello, el tratamiento debe ser el último recurso. El mejor tratamiento es la prevención.

Y es que a pesar de que los casos de hipercolesterolemia familiar son de carácter hereditario, incluso estas personas pueden (normalmente) evitar los problemas de colesterol adoptando hábitos de vida saludables. El factor ambiental (de estilo de vida) es lo más determinante.

Mantener un peso saludable, hacer deporte, seguir una dieta baja en grasas procesadas y de origen animal, no fumar (o dejarlo), beber alcohol con moderación, controlar el estrés, dormir las horas necesarias, reducir el consumo de sal, comer abundantes frutas, verduras y cereales…

Ahora bien, si estos cambios en el estilo de vida no parecen funcionar o no se consigue la reducción necesaria en los valores de colesterol, un médico puede recetar algunos medicamentos. De todos modos, estos se reservan para casos graves (cuando hay verdadero riesgo de desarrollar las complicaciones que hemos visto) en los que los hábitos saludables no surten efecto, ya sea por el peso del componente hereditario o porque la persona no responde bien.

Combinados con una dieta equilibrada y la práctica de ejercicio físico, hay fármacos que ayudan a reducir los niveles de colesterol. Uno de los más recetados es la Simvastatina, un medicamento que inhibe la síntesis de una enzima presente en el hígado que está vinculada a la liberación de lípidos y colesterol.

Existen otros tratamientos, pero siempre de naturaleza farmacológica, con los efectos secundarios vinculados (visión borrosa, problemas digestivos, dolor de cabeza, caída del cabello, pérdida de apetito…), por lo que es el último recurso cuando hay un peligro elevado de desarrollar una enfermedad cardiovascular. Como hemos dicho, el mejor tratamiento (y el que suele funcionar casi siempre) es adoptar un estilo de vida saludable.