De ser diagnosticado a tiempo, el cáncer que se desarrolla en la glándula tiroides tiene una supervivencia de casi el 100%. Un repaso de esta enfermedad que afecta a 567.000 personas cada año.
Pol Bertran Prieto
Microbiólogo, divulgador científico y Youtuber
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Cada año se diagnostican en el mundo unos 18 millones de cáncer, una enfermedad que, por esta elevada incidencia, su gravedad y el impacto psicológico tanto en la persona afectada como en sus seres queridos, es una de las más temidas en el mundo. Quizás la que más.
Pero es imprescindible quitarnos de la cabeza que “cáncer” es sinónimo de “muerte”. Tal vez hace unos años lo era, pero a día de hoy, gracias a los diagnósticos precoces y al avance en lo que a tratamientos oncológicos se refiere, muchos de los cáncer más frecuentes tienen tasas de supervivencia muy altas.
Y un claro ejemplo de ello es el cáncer de tiroides. Con sus 567.000 nuevos casos diagnosticados anualmente, se trata del décimo tipo de tumor maligno más común en el mundo. Y, por suerte, si se detecta a tiempo, su supervivencia es de casi el 100%.
Pero para diagnosticarlo precozmente, es imprescindible conocer tanto sus causas como sus síntomas, es decir, sus manifestaciones. Y esto es precisamente lo que haremos en el artículo de hoy: ofrecerte toda la información sobre el cáncer de tiroides de forma clara y siempre apoyándonos en pruebas científicas.
Qué es el cáncer de tiroides?
El cáncer de tiroides es una enfermedad que consiste en el desarrollo de un tumor maligno en la glándula tiroides, aquella estructura del sistema endocrino con una importancia capital a la hora de sintetizar y liberar distintas hormonas que controlan nuestro metabolismo.
Como ya hemos dicho, se trata del décimo tipo de cáncer más frecuente en el mundo, con unos 567.000 nuevos casos diagnosticados anualmente. Afortunadamente, es también uno de los que tiene una tasa de supervivencia más alta.
Y es que cuando se diagnostica a tiempo, antes de que haya diseminado, la supervivencia es de prácticamente el 100%. E incluso cuando ya ha hecho metástasis, su supervivencia sigue siendo relativamente muy alta, del 78%. Decimos que es muy alta porque la mayoría de cánceres en estado metastásico suelen tener una supervivencia muy baja, de entre el 30% y el 10%.
Sea como sea, como cualquier otro tipo de cáncer, consiste en un crecimiento anómalo de células de nuestro propio cuerpo que, por mutaciones sufridas en su material genético (en este caso, por causas que no están demasiado claras), pierden la capacidad de controlar su ciclo de división y se reproducen más de lo que deberían, dando lugar a un tumor.
Cuando este tumor afecta a la salud de la persona y a la funcionalidad del órgano o tejido donde se ha desarrollado, hablamos de tumor maligno o cáncer. Y cuando este crece en la glándula tiroides, estamos ante un caso de cáncer de tiroides.
Esta glándula tiroides es un órgano que pertenece al sistema endocrino. Se trata de una estructura de unos 5 centímetros de diámetro que está localizada en el cuello y que tiene la función de sintetizar y liberar a la circulación sanguínea las hormonas tiroideas, que son la tiroxina (T4) y la triyodotironina (T3), las cuales inciden directamente en lo que se conoce como índice metabólico.
En este sentido, la glándula tiroides, a través de la síntesis de estas hormonas, controla la velocidad a la que tienen lugar los procesos metabólicos del organismo. Tener niveles altos de energía durante el día (y bajos por la noche), estimular el crecimiento corporal, potenciar la quema de grasas, regular los niveles de colesterol en sangre, mantener la piel saludable, controlar el reloj biológico, propiciar la salud del sistema nervioso, modular nuestro estado de ánimo, etc.
La glándula tiroides tiene influencia en innumerables procesos fisiológicos. Por ello, el cáncer que se desarrolla en esta estructura puede llegar a tener complicaciones potencialmente peligrosas en caso de que no se diagnostique a tiempo. Veamos, pues, cuáles son sus causas, factores de riesgo, síntomas, complicaciones y formas tanto de prevención como de tratamiento.
Causas
La causa de todo cáncer, el de tiroides incluido, es la aparición de mutaciones en nuestras células que conducen a una desregulación del ciclo de división, por lo que crecen de forma anómala. Lo que cambia es qué estimula estas mutaciones. Hay veces en las que hay un detonante claro (como el tabaco en el cáncer de pulmón), pero hay otras veces en las que no. Y este es uno de esos casos.
Las causas detrás del cáncer de tiroides no están demasiado claras. Como en cualquier otro tipo de cáncer, se sabe que su aparición se debe a una combinación de factores genéticos y ambientales (de estilo de vida), pero todo parece apuntar a que el azar genético es el que tiene la última palabra.
Eso sí, existen distintos factores de riesgo: ser mujer (se ha observado que aproximadamente el 70% de los cánceres de tiroides se diagnostican en el sexo femenino), tener entre 25 y 65 años (es el rango de edad con mayor incidencia), ser de origen asiático (no está claro por qué, pero la incidencia es mayor en personas asiáticas), haberse sometido a tratamiento de radioterapia en la cabeza y el cuello (no es una condena, pero sí que aumenta el riesgo sí hay predisposición genética) y sufrir determinados síndromes genéticos hereditarios (generalmente vinculados a defectos congénitos en la glándula tiroides, pero habría que consultar el expediente familiar con un médico).
Es muy importante recalcar también que, contrariamente a lo que se puede escuchar, sufrir hipotiroidismo o hipertiroidismo (dos enfermedades endocrinas comunes que se manifiestan con una baja o alta actividad de la tiroides, respectivamente) no es un factor de riesgo. Es decir, tener la tiroides poco activa o hiperactiva no incrementa, en ningún caso, las probabilidades de desarrollar cáncer de tiroides.
Síntomas
La mayoría de veces, el cáncer de tiroides, al menos en sus primeras etapas, no se manifiesta con demasiados signos clínicos, pues normalmente la tiroides mantiene su funcionalidad pese al crecimiento tumoral. Pero esto no debe preocuparnos en exceso, pues a pesar de ello, el índice de supervivencia es muy alto.
Ahora bien, cuando el tumor maligno empieza a crecer más, pueden aparecer los primeros síntomas. Y ahí es cuando debemos estar atentos, especialmente si cumplimos con alguno (o varios) de los factores de riesgo que hemos mencionado.
Los principales síntomas de un cáncer de tiroides son la aparición de un bulto en el cuello (se pueden percibir unos nódulos en la piel del cuello a simple vista y/o a través del tacto), cambios repentinos en la voz, una ronquera cada vez más intensa, dolores en el cuello o la garganta sin que haya ninguna infección, hinchazón de los ganglios linfáticos presentes en el cuello, molestias al tragar, tos constante sin que haya ninguna enfermedad ni infección respiratoria, dolor en la parte frontal del cuello que puede subir hasta los oídos, hinchazón generalizada del cuello y, a veces, dificultades para respirar.
La inmensa mayoría de veces, estos signos clínicos se deberán a problemas de salud mucho más leves no relacionados con un cáncer de tiroides, pero ante la duda, es imprescindible consultar con un médico. Y es que con la detección precoz, no solo evitamos el riesgo de complicaciones (básicamente una diseminación del tumor a otros órganos vitales), sino que los tratamientos garanticen una supervivencia de casi el 100%.
Prevención
Como hemos dicho, más allá de los factores de riesgo, las causas detrás del cáncer de tiroides no están, en absoluto, claras. Y al no conocerse los desencadenantes, es imposible establecer unas formas de prevención totalmente útiles. Es decir, no es como el cáncer de pulmón, cuya prevención pasa por, simplemente, no fumar. En los cánceres de causa desconocida, la prevención es más complicada.
Y como los factores de riesgo son inevitables (desde ser mujer hasta haber nacido con una enfermedad genética hereditaria), la única prevención posible es, en caso de que haya un trastorno hereditario que aumente enormemente el riesgo de desarrollar cáncer de tiroides en edad adulta, optar por una extirpación de la tiroides.
Pero esto debe reservarse para casos totalmente extremos, pues obligamos a esa persona a desarrollar un hipotiroidismo grave y a tener que medicarse de por vida con fármacos que sustituyan a las hormonas tiroideas que hemos comentado.
Del mismo modo, hay cierta controversia acerca de si vivir cerca de una planta nuclear, puede aumentar el riesgo de desarrollar este tipo de cáncer (ya hemos dicho que la radiación en cabeza y cuello es un factor de riesgo). Aunque todavía no está muy clara la relación, en caso de que vivas a menos de 10 km de una planta de energía nuclear, puedes solicitar a las autoridades competentes la administración de yoduro de potasio, un medicamento que inhibe los efectos de la radiación en la glándula tiroides.
Pero más allá de estos casos extremadamente puntuales, no hay ninguna forma de prevenir el desarrollo del cáncer de tiroides. De todos modos, llevar un estilo de vida saludable es y seguirá siendo la mejor manera de estimular nuestra salud y protegernos de todo tipo de enfermedades.
Tratamiento
Como venimos comentando, gracias a los tratamientos oncológicos que hay disponibles actualmente, el de tiroides es uno de los cánceres con un índice de supervivencia más altos. Todo depende, eso sí, del diagnóstico precoz, por lo que ir al médico ante la observación de los síntomas que hemos comentado (especialmente si se es de la población de riesgo) es primordial.
Tras acudir al médico, en caso de que haya sospechas de que se puede tener cáncer de tiroides, este optará por realizar distintas pruebas de detección, que serán una combinación de varias, dependiendo de lo que el profesional considere. Examen físico (para palpar cambios en la morfología de la tiroides o los bultos que hemos comentado), análisis de sangre (para ver si hay alteraciones en los niveles de las hormonas tiroideas), ecografía (para ver si hay un crecimiento tumoral y, en caso de que así sea, saber si es canceroso), biopsia (cuando ya hay mucha sospecha, se puede extraer una porción de tejido tiroideo para analizarlo en laboratorio) y, en caso de que haya antecedentes familiares de cáncer de tiroides, pruebas genéticas.
Una vez se ha detectado el cáncer, empezará el tratamiento, la naturaleza del cual dependerá del estado y fase del cáncer. Y la inmensa mayoría de cánceres de tiroides se pueden curar de forma muy efectiva ofreciendo distintas terapias.
Es más, hay veces en las que ni siquiera es necesario realizar tratamiento. Si no hay riesgo de que disemine ni de que siga creciendo, lo mejor será optar por una vigilancia activa para ir controlando su progreso y, en caso de que sea necesario, iniciar terapias oncológicas.
Cuando sí que sea necesario, sí que se realizará tratamiento. Y la mayoría de personas se tendrán que someter “simplemente” a una cirugía, sin necesidad de pasar por sesiones ni de quimioterapia ni de radioterapia.
Siempre que sea posible, se optará, pues, por una extirpación quirúrgica que, dependiendo del estado del tumor maligno y de su localización, consistirá en una extracción de una parte (o la totalidad) de la glándula tiroides (luego habrá que medicarse de por vida para tratar el hipotiroidismo) o de una extirpación tanto de la tiroides como de los ganglios linfáticos.
Evidentemente hay riesgos asociados, por lo que se reserva para casos en los que el cáncer deba eliminarse sí o sí. De todos modos, como la cirugía se realiza cuando todavía no ha hecho metástasis, tras los 5 años posteriores a la intervención, prácticamente el 100% de los pacientes siguen con vida.
Hay que estar preparados, eso sí, para someterse a terapia de hormona tiroidea (para reemplazar la actividad de las hormonas que ya no se van a sintetizar ni liberar) e incluso a pasar por un tratamiento con yodo radiactivo en caso de que sea posible que queden rastros de células cancerosas. Pero que esto no alarme, pues a pesar de unos síntomas como sequedad de boca, fatiga, inflamación de ojos, etc, el yodo se elimina a través de la orina a los pocos días. La supervivencia sigue siendo de casi el 100%.
Solo cuando el cáncer de tiroides haya hecho metástasis (haya diseminado a otros órganos y tejidos, primero cercanos y luego lejanos), se optará por quimioterapia (es muy raro que un cáncer de tiroides tenga que tratarse con quimio) o radioterapia. Evidentemente, son terapias más agresivas, pero la duración del tratamiento dependerá de muchos factores que solo un médico puede determinar.
Lo que hay que tener claro es que, pese a que haya hecho metástasis y se deba realizar quimioterapia (solo en casos muy puntuales) o radioterapia, la tasa de supervivencia, pese a que evidentemente disminuye, sigue siendo alta comparada con otros cánceres en estado de metástasis: del 78%.
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